El alfiletero

por Rocío Gómez

En estos días, empecé un taller de escritura, sin saber que sería un portal que me llevaría directo a algo que llevaba tiempo esperándome en la sala de espera de mi lista de perdones.

Tan paciente es el perdón…
Ahí está, sin mover la pierna mientras espera.
Sabe que algún día lo mirarás de frente, que lo tomarás por completo.
Y en esa certeza, espera a que estés lista.

Este perdón que me esperaba tenía que ver contigo, mamá.
Con nosotras.
Con la niña en mí que aún necesitaba decirte:
Mamá, necesito ser abrazada y sostenida por ti.

Y en uno de los ejercicios del taller, apareció lo que yo no sabía que estaba buscando: una carta.
Una carta que no había escrito nunca.
Una carta que me reveló algo escondido y me ayudó a decir lo que no quise reconocer antes.

El ejercicio era escribir sobre un objeto de valor. E inmediatamente fui a buscarte mamá. Te encontré… en el alfiletero antiguo.

Rápidamente supe que no se trataba de un simple objeto.
Se trataba de ti.
Tú eres el objeto de valor con el que quiero conectar.

Mamá, tú has sido el tema que he evadido durante todo este tiempo.
Una década… o más bien, mucho más que una década. Desde siempre.
Este tema, que se me agolpa entre los dedos mientras escribo,
es uno escondido en lo más hondo de mis secretos.
Tan oculto, que incluso yo misma no sabía que existía.

Mamá, ante ti sigo queriendo parecer aquella niña inteligente, sabia, equilibrada.
Siento ahora mismo una incomodidad en mi cuerpo al mostrarme vulnerable frente a ti.
No sé cómo construí esta idea… pero acepto que soy la autora de ella.

Ahora que lo pienso, tú sí habrías querido conectar profundamente conmigo.
Pero fui yo quien puso los límites.

Mami, ¿sabes que te culpé por esta separación entre tú y yo?
Ahora puedo verlo: fui yo.

Mientras me desenmascaro ante ti, me siento nerviosa de soltar esos personajes:
el  de “yo puedo sola” o el de “yo te voy a demostrar”.
Ambos me daban una falsa sensación de fuerza, pero también me alejaban de ti.
Estoy nerviosa, sí… pero también siento descanso.
Reconocer que fui yo me libera del peso que llevaba.

Creo que quería tu admiración, mamá,
pero no la que tú podías darme…
sino la que yo pensaba que debías darme.

Mamá, yo sólo soy tu pequeña hija,
confundida, elaborando tácticas para no necesitarte,
para ser autónoma y autosuficiente de ti.

Estoy segura ahora de que lo que he estado evitando todo este tiempo
ha sido conectar contigo, porque temía que vieras la verdad:
te he necesitado tanto.
Te necesito.

Tú eres la grande.
Y yo, la pequeña.
Tú me diste la vida.

Asumir mi vulnerabilidad…
abrazarte mostrando mi debilidad, mi pequeñez…
Solo en tus brazos podría haberlo hecho. Y no lo hice.

Primero contigo, y después con el mundo.
Pero no sabía lo que hacía.
Me fui a buscarte afuera.

En lugar de demostrártelo a ti, de entregarme a ti,
me envolví en situaciones… y fui ocultando cada vez más profundamente
esta necesidad de tu amor, tu abrazo, tu aceptación,
tus ojitos viéndome,
tus palabras de amor.

Ay, mamita… qué difícil niña fui.
Hoy me vuelvo a ver y siento ternura.
Quisiera abrazar a esa niña y decirle:

“Rocío, no pierdas tu tiempo alejándote.
No lo hagas, por favor.
Voltea a verla. Es ahí. Está frente a ti.”

Hoy, tantos años después…
tantas terapias, tantos estudios, tanta práctica,
tantas distracciones…
Y aquí estoy.

Desbaratándome frente a un alfiletero que me conecta contigo.
Dejándome sentir todo.

Hoy puedo decir que estamos juntas, conectadas.
Completamente vinculadas, mamá.
Ahora sí…

¿Qué es el mundo?
¿Qué son las relaciones después de esto, mamá?
¿Cómo se vive ahora que estamos plenamente vinculadas?

Hoy estoy viviendo en un espacio donde sólo puedo verme a mí.
Ahora no hay nadie para quién montar un personaje.
Así que llegó el momento de ver el mío.
Mi propia historia.
Lo que hice yo.

En estas cartas, mamá, voy descubriéndome.
Y entendiendo lo que hice respecto a nuestra relación.

Ha sido un camino largo de perdones, divorcios, errores…
y también de aciertos.
Todo me ha preparado para llegar a este momento de reconocimiento.

Yo no sabía que esto pasaría.
Pero verás qué interesante:
había una sensación de evasión con los ejercicios del taller.
Me sentía un poco nerviosa.
Pensé que era porque encontraría temas vergonzosos.
Pensé que se trataría del duelo, de los muchos que he vivido…

Pero estaba equivocada, mamá.
A través de los ejercicios, fuiste apareciendo tú.
Tú y yo.
Nosotras.

¿Sabes que no puedo escribirte estos renglones sin llorar?
Claro que lo sabes.
Si somos una sola cosa, mamá.

¿Sabes qué sospecho?
Que si soy terapeuta… es por ti.
Por las dos.
Pero para ti.

Sospecho que todo lo que he hecho… ha sido para ti, mamá.

Mami, me encontré uno de mis diarios.
Normalmente no me gusta volver a leerlos,
pero esta vez me quedé.
Fue en agosto del 2014. Tú todavía vivías.

Escribí:

“20, 17 y 14 son las edades de mis hijos para cuando me di cuenta
que todavía no me he entregado a ellos con amor adulto, presente, pendiente.
Les he dado a cada uno de ellos los mismos patrones de conducta que yo recibí,
y de donde puedo decir que yo conozco la desconexión, la soledad.
Les he dado lo mismo que yo he padecido toda mi existencia.
Les he mostrado el mismo desinterés que recibí yo
y que a su vez ellos darán a los suyos.”

Ay mamá, me siento feliz de quitar de mis ojos esa venda.
Este ha sido el gran descubrimiento que me libera a mí,
a ti y a mis hijos.

No fui víctima de ninguna situación.
¡Yo lo hice!
Tal vez como mecanismo de defensa,
tal vez por lealtad…
no sé el porqué.

Pero hoy escribiría a mis hijos otra cosa.
Les diría:

“Ahora sé que nadie me hizo nada.
Que nunca sucedió como yo lo interpreté.
Ahora me doy cuenta de que lo que pasó fue simplemente que yo cerré la comunicación,
y que todo lo demás fue mi manera de justificar lo que yo hice.
Si no me conecté con ustedes, fue por darle seguimiento a lo que ya había hecho antes, en mi infancia.
Si hice todo esto, es porque yo no sabía que era yo quien lo había hecho,
y toda la vida esperé que alguien más lo hiciera por mí.”

Hoy asumo mis acciones.
Asumo mis decisiones.
Hoy asumo ante ti que no estuve presente…
pero no me justifico más.

Hoy sí lo estoy.
De brazos abiertos a la vida.

Te tomo por lo que sí fuiste.
Acepto todo como sí fue.
Acepto la vida que me diste y acepto lo que hice. Así fue. 

Y ahora vuelvo mi mirada a ustedes, mis tres hijos.
Abro mi corazón completamente para verlos.
Y les digo sí.

¿Sabes, mamá?
Toda mi vida me he sentido con dificultad para conectar con los demás.
Incluso con mis hijos.
Algo había en mí…
en mis antenitas emisoras…
que no lograba conectar realmente.

Ni con mis parejas.
Ni con nadie.

Ha sido un espacio de aislamiento.
Y de soledad.

Hoy, al terminar de escribirte, mamá,
no siento que ya todo esté resuelto…
pero sí siento que algo en mí se ha asentado.

Como si, al nombrarte, al verte, al aceptar todo lo que fue,
yo pudiera también volver a mí con más amor.

Gracias por seguir apareciendo.
Gracias por quedarte.

Este alfiletero —que alguna vez me pareció tan cotidiano—
me abrió la puerta para encontrarte.
Para encontrarme.

Hoy, entre hilos, puntadas y recuerdos,
descubro que lo más valioso no era el objeto…
sino la historia que aún late entre tus manos y las mías.

* La historia de Rocío Gómez fue seleccionada por sus compañeras del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” para ser publicada en mi blog. El próximo taller será en septiembre del 2025, puedes ver todos los detalles aquí.