Dime que no estás muerto, papá

por Mayra Iturralde

Seis meses hace que falleciste papá. Me entristece tu ausencia y más, el pensar todo lo que pudimos haber hecho juntos. Hasta el momento no he podido comprender el motivo por el cual nunca quisiste acercarte y conocerme. Llegué a creer que no era tu hija biológica, llegué a creer que tal vez o por alguna razón percibías en mí algo del pasado que no te gustaba enfrentar. Si fue así o no, ya no importa.

Ahora que comienzo a ver las lápidas para tu tumba, no sé qué elegir, nunca te conocí, lo poco que sé de ti, lo sé a través de las bocas de otras personas.

Me hubiera encantado que, por lo menos una sola vez me hubieras visto con alegría, que te hubieras emocionado por mi presencia y no se diga que me hubiera encantado haber recibido un abrazo o una muestra de cariño de tu parte.

¡Me encabronan los padres irresponsables!, eso pondré en tu lápida. ¿Qué mierdas hice para que me abandonaras y para que me trataras como algo que no sirve, se tira y se desecha? Mi madre fue la que murió en aquellos años y a mí me enterraste junto con ella. ¡Por Dios, papá, tan sólo tenía cinco años! ¿Por qué me abandonaste? ¿Cómo pudiste olvidarte de mí? Sólo un hijo de puta lo hace.

Crecí toda mi vida con ganas de tener un padre, una familia, tenía tantas ganas de sentir un poco de seguridad, de cariño. Fue horrible no encajar en ninguna parte y sobrar en todos lados. Sé que tú tampoco la pasaste nada bien de niño, pero yo no tenía por qué pagar por ello. Perdóname, pero no puedo olvidar que nunca me quisiste y lo peor del caso es que ya estás muerto… ¡cuánto deseé una disculpa de tu parte!, me sería de gran ayuda en estos momentos un “te quiero”, un “me importas”, un algo de ti, algo, cualquier cosa…

Cuando me informaron que estabas en el hospital, jamás imaginé que serían tus últimos días. Fueron pocos y fueron eternamente largos, en esa cama de hospital, sedado. Espero hayas escuchado cuando te dije que estaba ahí (de ser así, espero no te hayas inquietado, ya que nunca me quisiste a tu lado), espero hayas recibido a bien mis caricias, mis cuidados… pedí tantas veces que recobraras la conciencia y abrieras los ojos, no precisamente para que me vieras y ganarme con ello tu cariño, ese nunca lo tuve y después de muchos años dejé de perseguirlo, quería que despertaras, que siguieras viviendo y hoy, no estaría aquí, sin saber que lápida escoger para ti.

Nunca deseé que murieras, como tampoco lo querían las personas a quienes ayudaste, al niño a quien le pagaste la escuela, a tus sobrinas de quienes te hiciste cargo, ni tus cuñados que aún eran niños cuando llegaste a sus vidas, nadie, quizá intentabas parchar con ayudar a los demás mi abandono. ¿Qué te hizo pensar que todos necesitaban de ti, menos yo? ¿Qué crees que a mis cinco años no necesitaba de un padre? A los cinco, a los diez, a los quince, a los dieciséis, toda mi vida te he necesitado, toda mi vida.

Aunque no hubieras muerto sé que no recuperaría nada de ti, sin embargo, nunca quise que te fueras, tu cuerpo aún seguía fuerte y tú querías volver a trabajar, eso me dijeron. ¿Cómo es que pudiste contar todo eso, en lugar de pedirles que me dijeran que “me querías”? Debiste aprovechar ese tiempo para hacerlo, debiste aprovechar y ofrecer una disculpa o explicación del porqué de tu ausencia, pero mira, qué iguales y cobardes somos, fuimos… no lo hiciste y yo no me atreví a preguntar más de ti.

¿Qué escribiré sobre tu tumba? No tengo un argumento de afecto, un lazo, no tengo referencia alguna o vínculo cercano a ti, lo repito, lo que sé de ti, lo supe por otras bocas.…un padre proveedor, un padre juguetón, un padre bueno… desconozco eso de ti, pues para mí sólo fuiste ausencia y dolor.

¿Dónde estaban el día de tu funeral todas esas personas que decían maravillas sobre ti? Incluso, ¿dónde estaban aquellas por las que me reemplazaste? Como tu esposa o como los hijos que después tuviste con otras mujeres. ¿Dónde estaban ese día, todas aquellas personas a quien tanto ayudaste? No soy víctima de la vida, pero de no ser yo, ¿quién hubiera hecho los trámites de tu funeral y te hubiera enterrado? Pues por todo aquello y por aquellos por los que me abandonaste, curiosamente, ese día no estaban ahí, ahí sólo estábamos tú y yo.

Cuando abrí el féretro y te vi con las manos pegadas al pecho, tampoco llevabas nada dentro de ellas, tenías los ojos cerrados, cerrados al mundo, tu cara ya no era la misma de cuando estabas en el hospital, sedado, entubado, dormido, perdido en otros universos. Te toqué y estabas tan frio, tu piel se sentía acartonada, me dio mucho miedo, por instantes pensé que era una broma malévola, te habían cambiado, pues pensé que ese hombre muerto de ahí no eras tú. No eras el mismo de horas atrás a quien me abracé a su pecho aun tibio y le imploré perdón, ese perdón que tu no fuiste capaz de pronunciar, ¡no!, ese cuerpo no tenía la misma cara a quien había besado y había sentido su piel cálida horas atrás, ese rostro no era el tuyo, no era el mismo que observé tantos días en el hospital y esas manos duras, no eran tus manos, no eran esas manos a quienes me aferré tantas horas, tantos días y tantas noches. Dime que no eres tú, ese cuerpo a quien se le encerró en esa caja y se le cubrió con tierra y a quien sobre esa tumba, le pusieron una cruz, dime que no es para ti, la lápida que hoy vine a conseguir, dime que no es para ti. Dime que ese hombre muerto no eres tú, que ese padre muerto no eres tú, mejor di que me has vuelto a abandonar, dime que no te importo, que no me amas, que no soy nada para ti, porque creo que siendo así sufriré menos, sabiéndote ausente pero no muerto.

*La historia de Mayra Iturralde fue seleccionada por sus compañeras del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” para ser publicada en mi blog. El próximo taller comienza el 29 de marzo o el 1 de abril (hay dos grupos), puedes ver todos los detalles aquí.

¿Qué escribiré sobre tu tumba? No tengo un argumento de afecto, un lazo, no tengo referencia alguna o vínculo cercano a ti…