La vida no se equivoca

por griselda martínez plascencia

Han pasado 14 días después de su muerte, levantarte de la cama te toma el triple de minutos que antes, te pones un pants y una sudadera que no combinan, te calzas los tenis, te lavas la cara y sales a la calle.

Es noviembre, las mañanas son frescas en Ciudad de México, pero a las 8 a.m. la temperatura no baja de los 17 o 18 grados, aún así sientes la piel fría, el cuerpo entumido, el corazón congelado. Nada de eso tiene que ver con el clima, realmente.

Los últimos días has sido testigo de la relatividad del tiempo: en tu mundo, envuelta en el dolor por su pérdida, el tiempo es algo raro de medir: las mañanas son lentas, sacar un pie de la cama requiere toda tu fuerza de voluntad, cada día tratas de convencerte de que hay algo que necesita de tu atención, pones un pie en el piso, luego otro, te vuelves a acostar, respiras profundo, cuentas 3, 2, 1, 0… sales de la cama. El día tiene las mismas 24 horas pero a ti te parecen 300. No ves la hora de que llegue la noche para volver a dormir y que todo sea un sueño.

Esta mañana, cuando por fin sales, descubres que la vida afuera sigue su ritmo, la gente va de un lado a otro con prisa, inmersos en sus propias preocupaciones, en sus ensoñaciones, pensando qué van a desayunar o en sus pendientes del día, otros van con la cabeza agachada, pendientes del celular que demanda toda su atención. Ves a todos, nadie te ve. 

Llegas al parque que está a dos cuadras de tu casa, es pequeño, cada vuelta completa ha de ser de unos 300 metros, pero no tienes ganas de ir más lejos. Ves a algunas personas en pijama sacando a sus perros a hacer pipí. Mueves los tobillos para calentar, estás distraída. Comienzas a avanzar, si a eso se le puede llamar avanzar. Das un paso, luego otro, te sientes pesada, la tristeza pesa más que tus 70kg, te mueves con dificultad. 

No has dado ni media vuelta al parque cuando empiezas a sentir las lágrimas asomándose por tus ojos, nublan tu vista pero sigues moviéndote, agradeces ser invisible para los demás, puedes llorar sin que te importe lo que puedan decir de ti. Reclamas tu derecho a llorar. El amor de tu vida ya no está.

Corres aproximadamente un kilómetro y medio, para estas alturas de tu vida de corredora, 1.5 km representan una nimiedad; pero para la mujer que ha pasado los últimos 3 meses dividiéndose entre su trabajo como psicoterapeuta y el rol de cuidadora principal de su esposo enfermo, para ella quien apenas hace 3 semanas entró con él en silla de ruedas al hospital y salió hace 2 con su cuerpo inerte, para esa mujer, 1.5 km son la certeza que había perdido de estar viva.

Adviertes tu corazón acelerarse por el esfuerzo y por el llanto, sientes toda la tristeza del mundo, correr es algo que habías empezado a hacer por él y con él, ahora estás sola, con la vida como la conocías hecha pedazos… pero extrañamente te sientes viva. Lo notas, si tu corazón está latiendo con fuerza, si tu respiración está agitada y si sientes el aire en tus mejillas es porque estás viva. Sí, parece obvio eso de estar viva, pero cuando uno tiene una pérdida, siente que se muere con sus muertos. Así te habías sentido tú, hasta hoy.

Corres y lloras, sientes una conexión profunda con Julio, lloras por él pero también corres por él, los recuerdos se agolpan en tu mente, como aquella primera vez que salieron a correr por Reforma, él era más veloz que tú, sin embargo se fue a tu ritmo, esperándote y animándote: “Lo estás haciendo muy bien. ¿Ya ves cómo sí puedes?”.

O cuando al pasar corriendo enfrente de la Embajada de Estados Unidos, te hizo subir a la plataforma de metal que está en el andador y te dijo: “Aquí levanta tus brazos en señal de victoria”, lo hiciste, sonrieron y desde entonces se convirtió en su ritual cada que pasaban por ahí.

Esas escenas se repiten en tu mente una y otra vez durante los 18 minutos que tardas en correr ese kilómetro y medio, de pronto compruebas algo que te dijo tu psicóloga cuando empezaron meses atrás a trabajar el duelo anticipado: hay una diferencia entre felicidad y vitalidad. Felicidad es aquel estado en donde te sientes plena, alegre y satisfecha, mientras que la vitalidad es abrazar el aquí y ahora, con lo que sea que se presente. Hay vitalidad tanto en momentos de dolor como en momentos de disfrute. Lo confirmas, en estos momentos estás lejos de sentirte feliz, pero te sientes viva.

Aún no lo sabes, pero la decisión que tomaste hoy de levantarte de la cama y seguir corriendo, cambiará tu vida. No lo digo retóricamente, es literal. Saldrás a correr 2 o 3 veces por semana, a tu ritmo, sin contárselo a nadie. Regresarás cansada, pero también feliz de haber encontrado una nueva forma de entrañar a Julio, poco a poco comprenderás que la compañía no siempre es física, también está en los recuerdos, en las anécdotas, en el tiempo que sí compartieron juntos. Sabrás que nunca estarás del todo sola.

En los próximos meses decidirás correr medio maratón y te inscribirás a un grupo de corredoras. Conocerás a las amigas que te acompañarán en la nueva etapa de tu vida. Esta etapa que tú no te imaginabas vivir, porque estabas feliz con tu vida como era; si te hubieran dado a elegir no cambiarías nada de lo que tenías, pero no, la vida nunca da a elegir, así que te tocará construir una nueva vida sobre los cimientos de la anterior. 

Y correrás ese medio maratón, se lo dedicarás a él. Tu familia y amigos estarán esperándote, te llenarán de amor. Llorarás de felicidad al cruzar la meta y cuando estés del otro lado, no volverás a ser la misma. Correr te ha hecho sentir fuerte, valiente y viva, te ha acercado a ti misma, ahora te sientes invencible. Pensarás: “Si pude con esto, puedo con todo”. 

Y seguirás corriendo. Me encantaría decirte que ese día terminará tu duelo, pero más bien, ese día se transformará tu manera de experimentarlo, porque en los duelos no hay atajos, tienes que sentir lo que hay para sentir, momento a momento. Correrás triste, enojada, con miedo, confundida, feliz, emocionada, desconcertada, abrumada, cansada, esperanzada y en el vasto tiempo que pasarás contigo misma al correr, te escucharás decir: LA VIDA NO SE EQUIVOCA, y sonreirás aliviada.

Griselda Martínez Plascencia fue alumna del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” y su historia fue seleccionada por sus compañeras para ser publicada en mi blog.

…agradeces ser invisible para los demás, puedes llorar sin que te importe lo que puedan decir de ti. Reclamas tu derecho a llorar. El amor de tu vida ya no está.