marcela corral

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Regalo de cumpleaños

POR KATHY ULLOA

Era el día de tu cumpleaños y deseaba que lo disfrutaras. Tomé las últimas fuerzas que me quedaban para salir del hospital, añoraba estar en casa. Nada se sentía normal. Subí las escaleras con dificultad y me acompañaste a mi recámara todavía impregnada de olor a tabaco. La taza de café seguía sobre mi buró. Noté tu prisa por irte porque tus hijas te esperaban para ir a cenar. Estaba confundido. Mi cuerpo no estaba respondiendo. No podía orinar y la cabeza me comenzaba a doler como antes de ingresar al hospital. Pero no te dije nada. Te pedí que acercaras la bacinica y que cargaras el celular pero su batería se había agotado, como mi energía vital se escapaba en cada exhalación. Yo permanecía sentado a la orilla de la cama intentando no desfallecer. Me abrazaste fuerte desbordando todo tu amor. Nuestras almas sabían que era la despedida. Me dijiste “Ahorita vuelvo voy cenar con las niñas, I love you”. Te contesté “I love you too”, como siempre lo hacía. No quería irme. No ese día. Sabía que la despedida sería para ti como aquel día cuando apenas tenías 4 años y te dejé al cuidado de tus abuelos. Alejarme me dolió más que a ti pero sabía que estarías mejor. Yo no quería volver a fracasar en mi segundo matrimonio, ni hacerte pasar por una vida de dolor junto a una mujer que no podía verte como a una hija. Sé que ahora lo entiendes.

Mientras luchaba con todas mis fuerzas para permanecer en este mundo, me consolaba saber que no te quedarías sola una vez más, ahora tenías a tu madre de vuelta en tu vida. Lamento que nos tuvieras junto a ti por tan poco tiempo, pero para mí fue el suficiente para cerrar ese capítulo de mi vida que permaneció incompleto. La vida me permitió ver tu alegría al encontrarte con ella y eso era todo para mi, ahora podía partir.

Con cada minuto mi mente se nublaba más y más. Me conectaba y desconectaba de este plano. En mis lapsos de conciencia sentía mucho enojo. No quería hacerte esto un día tan importante para tí. Luché. Te juro que luché. Te esperé hasta que no pude más. Tenía miedo y le pedí a la cuidadora que viniera a verme cada 15 minutos. Parecía que pasaban horas. Tu abuelo y otros que partieron antes, vinieron a recibirme y me dijeron que no temiera, que me acompañarían en el camino, entonces me recosté sobre la cama. Era hora de soltar. Me hubiera gustado esperarte pero no quería que vivieras ese momento y fuera lo último que recordaras de mí. Deseaba que nuestro abrazo fuera lo último que proyectaras en tu memoria cuando me recordaras. De pronto experimenté una paz inexplicable y sentí cómo me desprendía de mi cuerpo al mismo tiempo que te escuché llegar. Te vi entrar a la casa con Jaquie y Pau sonriendo como una niña. Me alegré que hubieras disfrutado aunque fuera un momento tu festejo. Ahora esperaba que fueras fuerte.

Entraste primero con paso apresurado y te detuviste en seco al ver mi cuerpo inerte. Se desdibujó tu sonrisa como las olas del mar borran las huellas en la arena. Supiste de inmediato que ya no habitaba mi piel. Que me había despojado de mi cuerpo cansado y dejado ese saco de huesos sobre la cama. Los ojos miraban a la nada. Tenía puesto mi suéter gris, el que tanto me gustaba. Observaba la escena, así como la luz encendida iluminaba la habitación. Vi cómo retrocediste dando pasos hacia atrás para empujar a mis nietas hacia afuera del cuarto. Regresaste a posarte sobre la cama gritando “papá, papá, no te vayas, no me dejes”, mientras me tomabas de la mano aún tibia y acariciabas la cara de la materia inerte que yacía sobre la colcha negra de flores rosas. Lo que fue mi cuerpo exhaló fue el último aire de los pulmones. Creíste que respiraba. Sé que fue difícil para ti. Pude ver el dolor en tus ojos mojados. Te dije que estaba bien, ya no había dolor ni sentía frío, que no te preocuparas y que nunca te dejaría sola. Pero no podías escucharme. Solo gritabas que pidieran una ambulancia. Las chicas no entendían lo que pasaba, pero mi nieta, la mayor, llamó al hospital donde estuve internado y pidió la ambulancia. Cuando llegó, creíste que lo correcto era aceptar el RCP pero no había nada que hacer. Mi frágil cuerpo no resistió los primeros auxilios y un chasquido de mis costillas te hizo reaccionar. De pronto comprendiste que debías dejarme ir y sentiste mi presencia. Entonces tus hermosos ojos azules parecieron cruzarse con mi ser y me dijiste, “sé que estás aquí, voy a estar bien, vamos a estar bien, vete en paz”. Saliste del cuarto a avisarle a la familia y cancelar el festejo que tenías planeado en un bar con amigas esa noche. Me partía el corazón verte vivir ese momento, pero ya era mi hora. Mi alma decidió darte ese último regalo de cumpleaños.

De todos los días que transité por esta tierra, el día que naciste era el más especial. Mi primogénita. Mi amada princesa a quien deseé desde siempre. Me pude ir tranquilo y en paz de saber que ya tenías a tu madre de nuevo en tu vida. Eso era lo único que había esperado desde que nuestras malas decisiones te separaron de ella. Si no lo has comprendido aún, elegí esta fecha porque sabía que lo entenderías. Mi nacimiento a la vida eterna fue el 17 de diciembre a mis 73 años, mismo año en que naciste. Tu cumplías 43 años, número que coincide con el año en que salí del vientre de mi madre. Nada es casualidad. Es el mensaje que te dejé para que comprendieras lo mucho que te amo y que fuiste la luz de mi vida. Una de mis razones de ser y existir hija.

¿Recuerdas ese pasaje de la biblia que abriste al azar cuando estuvimos a solas, tu hincada junto al féretro y yo viéndote desde el umbral? Fui yo diciéndote que había entrado al cielo. ¿Recuerdas el pasaje que apareció en la biblia cuando querías despedirte de mis cenizas? Era yo eligiendo esas palabras para tí y tus hermanos. ¿Recuerdas la mujer que tocó tu hombro cuando llorabas en la fila de la Iglesia, y te dijo, todo va a estar bien? Era yo confortándote. ¿Y esa canción cuando encendiste la radio en medio del llanto al recordarme? Fui yo, diciéndote cuánto te amo.

Ahora te toca a ti seguir viviendo y ser feliz como un padre anhela que su hija lo sea.

*La historia de Kathy Ulloa fue seleccionada por sus compañeras del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” para ser publicada en mi blog.