INSPIRACIÓN DOMINICAL: El arte de crecer sano

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"Los niños de hoy no son como los de antes". "Parece que los bebés ya vienen con el chip de la tecnología integrado". "Qué esperanzas que yo le hablara así a mis padres, con la pura mirada me aplacaban". Solemos escuchar mucho últimamente ésta y otras frases similares entre padres, maestros y demás personas que conviven con niños pequeños. Y es cierto, los niños de este milenio, igual que en el pasado, no vienen con un instructivo que podamos estudiar para sacarnos un diez en su educación, pero quizá si nos propusiéramos observar más y reaccionar menos, concientizar más y castigar menos, sensibilizarnos más y acusarlos menos, podríamos escuchar lo que quieren decirnos, lo que vienen a enseñarnos. Lo que, a final de cuentas, sí podría servirnos de manual: el cumplimiento de sus necesidades más básicas.

Este fin de semana tuve la fortuna de acudir al taller "El arte de crecer sano" con Edith López, quien vino de Michoacán para abrirnos los ojos ante esas necesidades en el niño que muchas veces pasamos por alto. Ella es especialista en la pedagogía Waldorf, que entre sus múltiples maravillas procura la salud del individuo a través del cuidado de la infancia y del conocimiento profundo del ser como un cuerpo, un alma y un espíritu. Esta pedagogía encuentra hoy, un siglo después de su nacimiento en Europa, un punto de encuentro con la tendencia de la medicina moderna, cuyo objetivo dejó de ser el estudio de la enfermedad y cómo curarla para basarse ahora en el concepto de la "salutogénesis", es decir, la búsqueda del origen de la salud y cómo podemos fortalecerla.

El estar sano ya no quiere decir solamente que no estoy enfermo físicamente, sino que tengo realmente la capacidad de autorrealizarme y de ser creativo, de confrontarme con lo ajeno y salir fortalecido de ese encuentro. Mi salud entonces, nos explicaba Edith, depende totalmente de cómo veo el mundo y de tres recursos de resistencia: manejabilidad (soy capaz de hacer lo que me proponga y de manejar cualquier acontecimiento y sobreponerme a él), comprensibilidad (puedo comprenderme a mí y a quienes me rodean y puedo explicarme lo que sucede a mi alrededor) y sentido de vida (encuentro un propósito y un sentido a lo que hago y a lo que vivo). Con esto podemos darnos cuenta que en la educación de los niños, más allá de enseñarles a sumar y restar a los cinco años, está la urgencia de que padres y maestros nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Cómo puedo fortalecer en el niño estos recursos de resistencia? En otras palabras: ¿Cómo puedo hacer que mi hijo/alumno crezca sano?

Enfoques educativos van y vienen, pero creo que todos podemos estar de acuerdo en que un niño sano (en toda la extensión de la palabra: en su cuerpo, alma y espíritu) es un adulto sano. Y nos podemos imaginar que un adulto sano es capaz de formar una familia sana. Y una familia sana es capaz de sanar un barrio. ¿Tenemos que irnos más lejos para darnos cuenta de la responsabilidad que tenemos en la educación de los más pequeños? Edith dijo algo que me voló los sesos: La infancia es un patrimonio. ¿Qué estamos haciendo con él? ¿Estamos conscientes de que la inversión de tiempo y conciencia que hagamos hoy en la formación de los niños se traducirá mañana en la calidad de sociedad que tengamos? Preocupémonos menos por el planeta que les dejaremos a los hijos y pensemos qué hijos queremos dejarle al planeta.

Me gustaría compartirles de forma textual las estrategias que Edith nos compartió en el resumen del taller para fortalecer y desarrollar la salud en el niño:

- Cultivar relaciones cálidas, estrechas y leales.

- Cultivar relaciones de calidad: amor, honradez, veracidad, sinceridad.

- Cultivar una relación de mayor sensibilidad y preguntarnos: ¿Quién eres tú? ¿Qué puedo hacer para colaborar a tu desarrollo? ¿Cuáles son tus talentos? ¿Cuáles son tus impedimentos?

- Llevar al niño en la conciencia durante el día.

- Cultivar y buscar estrechar las relaciones diariamente. Encuentro al menos una vez al día, por ejemplo antes de dormir charlar y elaborar lo acontecido preguntando: ¿Cómo te va? ¿Cómo te ha ido hoy? ¿Cómo será el día de mañana? ¿Qué ha sido lo más bello de este día? ¿Qué te ha gustado? ¿Qué te ha preocupado? ¿Qué podemos aprender de esto?

- Poner límites, orientar.

- Contar y leer cuentos.

- Cultivar la religiosidad y espiritualidad. Veneración, respeto, devoción, actitud interior ante la vida. Celebrar festivales estacionales. Mirar los pequeños milagros de la vida.

- Empezar y terminar el día con una canción, un verso o una oración.

- Cultivar el ritmo y la repetición para desarrollar la voluntad y la memoria.

- Fomentar el juego libre y creativo, darles tiempo para poder descubrir y articular sus intereses y facultades, para desarrollar su autonomía, reunir experiencias propias, conocer las cosas y sus cualidades, despertar la capacidad propia de la fantasía y la imaginación. Juego en lugar de televisión e intelectualización temprana. Fomentar el pensar propio a través del juego y del movimiento. Fomentar la maduración del cuerpo físico para desarrollar la inteligencia emocional, el pensamiento abstracto y la memoria, ayudar a que los niños aprendan a pensar por sí mismos.

- Brindar una buena alimentación.

- Fomentar dormir lo suficiente (los niños pequeños necesitan 12 horas de sueño).

- Brindar desafíos a los niños de acuerdo a su edad y estado evolutivo. No sub-exigirles ni sobre-exigirles.

- Cultivar el cuidado de los sentidos.

Mientras escuchaba a Edith con un gran interés desarrollar estos puntos, no pude dejar de cuestionarme qué he hecho bien y qué he hecho mal en estos seis años que pronto voy a cumplir como madre. Y es verdad que en algunas cosas he acertado y que en otras me he equivocado, como hacemos todos los padres, pero lo más inspirador para mí fue pensar que la tarea educativa no termina y que siempre será buen momento para aceptar nuestros errores y ver de qué manera podemos corregir. ¿Que no le leí cuentos a mi hijo a los tres años? Hoy puedo contárselos. ¿Que no le brindé suficiente espacio para el juego? Hoy puedo brindárselo. ¿Que no cultivé una relación de calidad con él? Hoy puedo cultivarla. Hoy puedo abrazarlo más, decirle más que lo amo, interesarme más por sus necesidades. Hoy puedo perdonarme por lo que no hice bien y hacerlo mejor. Más allá de las palabras, los hijos aprenden por imitación, y la culpa no es algo que quisiéramos que imitasen.

Es verdad, los niños de hoy no son como los de antes, pero hay una buena noticia: siguen siendo niños. Y siguen teniendo un tesoro entre sus manos que sólo hace falta que queramos ver para sorprendernos.

Gracias a mis amigas Ana, Til, Adriana y Ale por traer a esta mujer a un fin de semana inspirador.