AGENDA VACACIONAL
Creo que es la primera vez en muchos años que no tenemos un plan para el verano. Al menos no uno concreto, y me gusta que sea así. Siempre organizamos una ida a Hermosillo a visitar a los papás y hermanos de David o bien nos preparamos aquí para recibirlos a ellos y pasar algunos días en la playa. A veces nos escapamos a Disneyland o nos lanzamos por aquí cerca a algún lugar para pasear y descansar. Eso sí, no muy lejos porque además Emma siempre entra a clases de inglés o natación aprovechando las vacaciones.
La escuela terminó este viernes y estoy feliz de no tener nada que hacer ni nada que planear. Decidimos que Emma no entrara a ningún curso de verano para que ella también descansara y, como leí en un artículo que me envió un amigo, tuviera oportunidad de aburrirse y de darle rienda suelta a su creatividad. Mi hermana Alejandra viene a quedarse unos días y estoy muy emocionada porque vamos a coser juntas todas las mañanas… y eso es lo único en mi apretadísima agenda veraniega.
Estoy siempre tan llena de mil actividades que en estos días estoy disfrutando bajar el ritmo y llevarme la vida más tranquilamente. Quiero saborear cosas para las que muchas veces no encuentro la oportunidad. Pero que no se piense que tampoco voy a hacer nada. He aquí mi valiosísimo repertorio vacacional: vamos a despertarnos todos muy tarde porque para eso se inventaron los días de descanso; no podré meditar cuando todos duermen como lo hago siempre porque me levantaré junto con mis hijos, así que tendré que robarle cinco minutos al día en otro momento para poderlo hacer y voy a ser feliz con la imperfección gracias a los sonidos ambientales (llantos, llamadas de los hijos, teléfonos celulares); vamos a desayunar pancakes un día sí y otro también y vamos a comer muchos días fuera todo lo que nos gusta para no cocinar a diario, que los sartenes también merecen su propio respiro; vamos a meternos a la alberca hasta tostarnos la piel y churirnos los dedos de pies y manos, a comer muchos raspados de cajeta con leche y a ponernos zapatos sólo cuando sea estrictamente indispensable.
Voy a escribir mucho, todo lo que pueda, libre de las presiones del reloj para cumplir horarios establecidos; pienso practicar mucho mi acuarela y hacer manualidades con mi hija hasta acabarnos los fieltros y las cartulinas que tenemos de a montón esperando en el clóset, vamos a ir más seguido al cine y también a la playa sin cargar nada más que una manta y una sombrilla, vamos a untarnos bloqueador solar hasta acabarnos tres botes, a volar papalotes, hacer picnics, tomar mucha limonada, leer todos los días, hacer ejercicio y yoga cuando se pueda y dormirnos tarde viendo la tele con un tazón de palomitas. Pienso abrazar mucho a los míos, a platicar de temas profundos con mi marido y dos cheves bien heladas si acaso conseguimos dormir a los hijos primero, a respirar aire puro y a ver tantísimo las estrellas que terminen por quedarse tatuadas en mi mirada.
Quiero aprovechar para terminar de acomodar el depita, imprimir las fotos que quiero poner en los marcos de las paredes y hacer un pizarrón gigante para colgarlo en el comedor y dibujar cosas lindas, aunque al final termine por ser el lienzo de los hijos y no haya más que rayoneadero sin sentido. Terminaré de acondicionar el balcón con un par de sillas, algunas hierbas de olor en la jardinera y una tira de foquitos muy coquetones para encender en las noches. Y todos los días, antes de irme a la cama, voy a agradecer estar viva y a recordarme el único propósito para este par de meses: disfrutar los detalles simples de cada jornada.